Hay muchos caminos de Dios, aunque Valencia es el camino de Dios y por mérito propio.
"Los caminos del Señor son inescrutables, pero también diversos" y de entre esos caminos de Dios,Valencia fue la elegida para cobijar el "Graal", el sagrado cáliz, el vaso que Cristo utilizó en su última cena, en el que conforme a la tradición, José de Arimatea recogió las últimas gotas de sangre de Jesús, en el martirio.
Desde entonces y hasta la fecha, surgieron múltiples leyendas, que tienen como protagonista al Santo Cáliz, leyendas que hablan de José de Arimatea, que se enlazan con Gran Bretaña, el Rey Arturo y las peripecias de miles de caballeros a lo largo de la historia. Lo bien cierto, es que el Santo Cáliz tuvo que recorrer un largo y dramático camino -al igual que el catolicismo-, antes de recalar en su destino final, un trayecto de siglos, que comenzando en Jerusalén, finaliza en Valencia.
Tan largo periplo, inicia de la mano de San Pedro, que escapando del desastre de Jerusalén, llega hasta Roma portando el santo vaso, donde permanecerá, custodiado por diferentes papas, hasta que en el 258 d.C, el Papa Sixto II y ante la persecución desatada por el emperador Valeriano, confía a San Lorenzo -diácono de Roma-, la misión de ponerlo a salvo, encargo que cumple el soldado Precelio, quien viaja hasta Huesca, lugar de nacimiento del Santo, entregándolo a San Orencio.
Posteriormente, es depositado en la Iglesia de San Pedro de Huesca, donde permanecerá hasta que en el año 711 y ante el peligro musulmán, inicia otro éxodo, el camino hasta el refugio del Monasterio de San Juan de la Peña.
Conminado el peligro, sigue su periplo por diversas iglesias y ciudades, hasta que el Rey Alfonso el Magnánimo recupera la sagrada reliquia, que dona en 1437 a la Catedral de Valencia, según parece más por obligación que por magnanimidad, por ser la garantía de un préstamo, que el rey nunca devolvió. Y gracias a ese incumplimiento, Valencia guarda esta joya religiosa, tan única y preciada.