ME HUELE A CAÑA Y A MELAZA
Me hueles a merengue y a bolero, a caña y a café; me hueles a corrido y a charango, carnavalito y miel. Así decía la canción de Julio Iglesias. Mocorito huele a caña fresca, a melaza y piloncillo, a miel de caña, a melcocha, pepitoria y cacahuate, a vapores que se elevan desde ollas de melaza, que con un burbujeo impaciente, se agita bajo la atenta mirada del maestro Don Juan Gastelum, que cadenciosamente remueve las ollas con una larga pala. Este es el otro oro, que las montañas de Mocorito ofrecen, un regalo más de la naturaleza, forjado por el trabajo y la tradición.
Un proceso que comienza a mediados de Diciembre, cuando la caña henchida de azúcares y aromas, se ofrece en sacrificio, para deleite y placer de impenitentes golosos, de adeptos incansables de la "Saccharum officinarum"
En el aire, se escucha con claridad el seco y continuo golpeteo, clara señal de que el corte de la caña ya está en marcha. Los machetes se alzan y caen, golpean, abaten la caña, que se desploma dejando expuesto su blanco y azucarado tesoro.
Los haces de caña se cargan en los remolques, en una exhibición de perfecto acomodo y equilibrio. En el molino, los hornos chisporrotean, con un rojo convulso, intenso, bajo unas ollas que impacientes, esperan cocinar el jugo, el néctar, la miel de la tierra.
El trapiche ya está listo para comenzar la tarea, conectado a la toma de fuerza de un tractor, con las fauces preparadas, tres ruedas que trozarán la caña, deshilachando y abriendo sus entrañas, extrayendo el preciado líquido, que por una tubería llegará hasta la pileta, desde la que será elevada hasta una primera olla, después a una segunda y hasta una tercera, siguiendo un largo proceso del que saldrá la melcocha, miel, piloncillo con cacahuate, palanquetas, etc.
El tractor trepida, dando más energía al trapiche, que insaciable despachurra una caña tras otra, engullendo la carga en un visto y no visto,
En las ollas, comienza a hervir el jugo, la esencia de la caña, envuelta por volutas de humo y aromas imposibles, que se elevan en un baile fragante, desparramándose sin freno por todo el molino. Fragancias únicas, irresistibles, donde hasta las abejas que presurosas acuden, se rinden, arrebatadas, hechizadas, por el alma de la caña.
No solo las abejas se arremolinan ante el influjo de la melaza, también los asistentes que cada domingo acuden al molino. Unos vienen empujados por la curiosidad, con la intención de conocer una tradición tan mexicana como la del molino, el trapiche, que agoniza día a día, por la especulación y opresión de los monopolios, ante la mirada impasible y despreocupada de las administraciones.
Otros, vienen para rememorar lo ya conocido, pero a todos los une las ganas, el deseo de regocijarse y gozar de un día distinto, especial, único, disfrutando del hechizo del trapiche y la magia del pueblo que lo inspira, el PUEBLO MÁGICO DE MOCORITO.