EL VINO ES LO QUE MÁS HA CIVILIZADO AL MUNDO

18.12.2018

   Con total rotundidad, así lo afirmaba François Rabelais (Francia S. XIV-XV). Rabelais, también conocido por su alias Alcofribas Nasier, todo un personaje, ilustre creador de la obra literaria Gargantúa y Pantagruel, que además de poseer amplios conocimientos y formación humanística (era escritor, médico o medio médico) tenía vasta experiencia en otras artes y disciplinas menos formales, "cultivadas" en sus numerosos recorridos por callejuelas, tabernas, palacios, iglesias y monasterios, en una particular mixtura de lo místico con lo terrenal. Pero eso no era todo, porque también salió apañado y bien dotado de paladar, para apreciar y deleitarse con las mejores viandas y sobre todo, libar de los vinos más perfumados y espléndidos, con sus privilegiadas y siempre dispuestas papilas gustativas.

   Todas esas cualidades fueron pulidas, "optimus via", gracias a sus estadías, encuentros, desencuentros y hasta encontronazos -que los tuvo-, con Dominicos y Franciscanos, merced a otra de las profesiones en las que se manejó Rabelais, y por la cual fue llamado "el cura de Medon". Y así entre dimes, diretes, controversias, huidas y escapadas, por los intrincados caminos del Señor, se tornó un experto sobre la materia, en lo tocante al "mostum" romano, néctar codiciado siempre objeto de continuas y convulsas contradicciones, que aunque en ciertos momentos es elevado hasta lo más sacro, templando e iluminando almas y cuerpos, en otras es arrastrado hasta lo más profano y mundano, con uso y abuso desmedido, en una extraña y opuesta ambivalencia.

   Por tanto, siendo este un personaje notorio, por todos bien conocido, estando y siendo sabedores, tanto de sus conocimientos en lo que respecta al vino y sus virtudes, como de sus dotes y sentido para la cata, poco o nada, podemos añadir o hacer, salvo considerar que su afirmación es más que atinada -y con la que coincidimos-, debiendo ser aceptada a pies juntillas.

   A no tardar, pero en otro momento, retrocederemos sobre nuestros pasos y retomando el hilo hablar de Dominicos, Franciscanos y la Orden de Jesús; por supuesto, también del importante papel que en beneficio de la vid y del vino, además de otras cositas, desempeñaron en el viejo y Nuevo Mundo. Pero eso ya será otra historia.

   Todo este lío, que dio inicio antes, mucho antes del gran Rabelais -en los tiempos vetustos-, todavía continúa. Porque sigue vigente la rancia discusión, de a quién o a quiénes, corresponde el honor de haber cultivado las primeras vides, vendimiado sus purpúreas, verdes o doradas uvas, esos codiciados frutos, gracias a los cuales se pudo tocar el cielo, lograr el primigenio placer, libar ásperos y ácidos caldos, que con fortuna, hasta quizás fueran melosos y untuosos.

   La cosa tiene su intríngulis, es "incredíbilis" que no haya podido desvelarse el misterio de aquellos afortunados neófitos, que dieron principio al periplo, ese viaje iniciático que constantemente ha empujado al vino y a la uva a mil correrías, en sobresaltada ligazón el uno con la otra y la una con el otro, por tierras y mares ignotos, con rumbos azarosos, pero siempre fascinantes.

   ¿Fueron Macedonios, Egipcios, Chipriotas o Griegos? La pregunta rueda en el aire. Parece que ya no importa el asunto y que si en algo existe unanimidad total, es en el reconocimiento hacia aquellos pioneros vitivinicultores, que nos legaron y transmitieron una impagable herencia, el secreto de un preciado líquido, que por los siglos de los siglos, ha sido símbolo de distinción y alegría, medicina para cuerpos y almas, instrumento de celebración y consuelo. Presente siempre, en triunfos, logros y epopeyas, espectador y testigo permanente de la historia. Es la otra "Magnus Opus", piedra filosofal, elixir de la vida. Brebaje bendecido por la divinidad, milagro sobre la naturaleza, donde el fruto por el apreciado jugo, que de él surge, superó en protagonismo a la misma manzana de Adán y Eva.

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