EL FUERTE I

04.03.2021

    Un curioso y sabio personaje de película decía que "la vida es como una caja de bombones, nunca sabes lo que te va a tocar".

Tenía mucha razón, realmente es así, porque la vida nos pone por delante pruebas, situaciones, desafíos, todo un completo "variadito", quizás para no caer en el tedio. Y vaya que logra el propósito. Pero dentro de ese variadito, dentro de esa caja de imprevisibles bombones, también nos da oportunidad para "paladear" lugares, monumentos y piedras, ávaramente resguardadas. Igual que momentos, acontecimientos, vivencias y mucha historia, que ignoramos cuando habrá ocasión de contemplarlos. Pocos discreparán de esta conclusión, conviniendo en que no hay que dejar pasar oportunidad. Cuidado, porque esta positiva afirmación, hay quien la aplica a conveniencia y en toda la extensión. Que no suceda como en la fábula del escorpión y la rana. ¿ Que no conocen la fábula ? ¿Cómo es posible? Aquí tienen su oportunidad.... PINCHANDO en el enlace siguiente, cuyo nombre anticipa la riqueza de la página.


   Esa famosa colección de Pueblos Mágicos, está compuesta por 132 bombones, heterogéneos, de tamaños, colores, formas y contenidos diversos. Visitar uno de ellos siempre es una oportunidad singular, que no se puede desaprovechar, sobre todo cuando lo tenemos próximo, prácticamente a un aventón, a tiro de piedra de la Ciudad de Los Mochis. Este es EL FUERTE, un Pueblo Mágico que acoge y ofrece al visitante su amplia historia, cultura, naturaleza y curiosidades, unido a su interesante y actractiva gastronomía.

    El desplazamiento bien merece la pena y estando en Los Mochis mucho más. Solo hay que agarrar los bártulos y el camino, no hay que pensárselo, es visita obligada, so pena de incurrir en tremendo incumplimiento cultural. Y una vez decidido que el desplazamiento se hace en transporte privado, tomar por uno de los grandes bulevares, como es el Macario Gaxiola o López Mateos, cualquiera de ellos atravesando el entramado urbano y sin desviarse un ápice, nos irá llevando a la salida de la ciudad, hasta el entronque conocido como "el Trébol", y desde ahí proseguir por la Sin. 32. Por esa vía, Sin. 32, sin dejarla, en una hora y veinte minutos aproximadamente se puede llegar al destino, a "El Fuerte", si es que "el tiempo y las autoridades competentes lo permiten", conforme en tiempos pasados, se hacía constar en los carteles taurinos. Cumplidas estas dos premisas, que ya sería ganancia, todavía quedará pendiente un requisito más, "el permiso de los habitantes próximos y puntos circundantes", permiso siempre condicionado o supeditado al suministro del agua potable, la conservación de la carretera o los planteles educativos, entre otros. Mejor no seremos exhaustivos.  
   Claves para un recorrido óptimo, son la precaución en el manejo, velocidad corta y "vista larga", sobre todo en tramos muy específicos, donde la carretera cruza por medio de poblados, ejidos y sindicaturas y el tránsito se complica "un poco" o "un mucho", dependiendo de la hora, momento y circunstancias vecinales (advertencia ya hecha en el párrafo precedente), cuestiones cuya resolución puede demorar un "tiempito", condicionado a si se reclama la presencia de un Regidor, Secretario Municipal, Secretario estatal o vete tú a saber.
   Sucede, que con los años, y por ser de trazado vetusto, esta carretera se volvió ladina, como cándido el conductor, que sonriente al inicio, contempla las primeras y falaces rectas, bordeadas por verdes campos y escasas construcciones, bucólica y engañosa perspectiva. Hasta que de repente la carretera experimenta una repentina mutación, dando paso a estrechamientos, viviendas al filo de la calzada y sorpresivas apariciones de esos mal llamados reductores de velocidad, o topes, que "más son postes tumbados", en donde si llega a menguar la "vista larga", experimentar intensos y trepidantes momentos. Pero ya saben eso de sobre aviso, no hay traición, sigan atentos, sin perder la "vista larga".
   Esa anticipación visual es tan esencial, como imprescindible no perder de vista las señales de tránsito, casi invisibles, pequeñas, austeras y escasas, pero alguna habrá -ya lo verán ya, o lo comprobarán- marcando y alternando velocidades máximas de 40 o 60 km/h, o a la inversa. Mientras la carretera oprimida por construcciones y personas, parece asfixiarse con una extraña y confusa mezcolanza, entre travesía, bulevar o corredor. Pero sea lo que sea, nunca deja de ser una animada arteria, de agitada actividad social y comercial, un zoco de venta informal y comedera, de gentes que caminan arriba y abajo, con paso rápido.    Unos van por el mandado, otros a los pendientes y unos cuantos, a cumplir con el diario e imprescindible rito del desayuno en grupo, "como Dios manda, marcan las buenas costumbres y más el estómago". Una mexicanísima Babel, donde nunca falta el que no sabe si viene o va, que levanta y agita las manos a guisa de saludo o despedida -solo él sabe -, mientras atarantado cruza el camellón.
   Sobre las vías, que fungen como improvisadas y angostas calzadas sociales, también se extiende otro mundo paralelo, de "carros disparejos", disfuncionales, ya sea por su conservación, descuido o acabado, como por las placas que exhiben (tomateros, tamboras, engomados, onapafas, chocolates...), que muy "ufanos" exhiben un estilo de manejo muy propio y característico, desmañado y desentendido.
   Y como guinda del pastel un continuo ir y venir de camiones pasajeros, de diferentes aspectos, tamaños y colores, entre los que sobresalen azules, verdes y colorados, como un desfile de hormigas, multicolor y desbocado, mientras van tomando o dejando pasaje, entre humaredas, gritos, frenadas y acelerones.
   El asombro de un viajero poco acostumbrado a estos lares aumentará conforme progrese el recorrido, sazonado por las imágenes y escenas que van pasando ante sus ojos. No hay que descartar que quizás pueda sentirse abrumado, incómodo y hasta inseguro, cuando en el recorrido su mente rememore muchos de los comentarios y opiniones, que familiares y amigos son muy dados a emitir, en el preludio de ciertos viajes, sin olvidar al agorero "que todo lo sabe y si no lo inventa".

   En su recorrido pasa por pequeños pueblos, ejidos, y sindicaturas, como El Taxtes, 5 de Mayo, Mochicahui, Constancia, Benito Juárez, El Pochotal, El Poblado, Charay, Lázaro Cárdenas (Esperanza), Mayocahui, San Blas, Tetamboca, Sibajahui, Sibirijoa y el crucero de Santa María, también llamado "Las Vías", desde donde solo restarán 20 Km, para llegar a nuestro destino final, El Fuerte.

   Por todo el trayecto, en los bordes, banquetas y alamedas del camino, aprovechando una generosa sombra o el portal de las casas siempre se pueden encontrar pequeños e improvisados puestos de venta, que llaman a atención de aquel que pasa, con rebosantes cubetas exhibiendo la diversidad y frescura de los frutos, que la naturaleza exigente, pero también generosa y fecunda, brinda a cada temporada. Ahí se pueden ver aromáticos y llamativos mangos, ciruelas de agridulces sabores, irresistibles naranjitas la simbólica tuna, entre ansiadas pitahayas, sin que falte el nopal sabroso y saludable.


La Tuna le dijo al gancho,
que cuándo la iba a cortar:
"No me cortes verde, gancho,
pues déjame madurar;
al fin que estoy en tu rancho,
contigo me he de casar". 

    Hasta el "irrefrenable goloso" encuentra aquí su medida, porque en el Pochotal, recién sacadas de los hornos de barro todavía humean empanadas y coricos. 

Y si tú extrañas la miel, 

esa que es pura de abeja, 

en el camino la encuentras, 

si paras en Esperanza. 

También hallarás jabones, 

para aliviarte barrillos, espinillas y la caspa; 

el benéfico propóleo para alergias, 

"resfríos" y  hasta flojeras, 

pero también buenas pomadas, 

para dolores y reumas...

   

   Una vez, a la altura de San Blas, el camino nuevamente recupera el título de carretera, con más rectas, sin poblados, más cómoda en la conducción, aunque no confíes en exceso, pues no falta el descabezado, que no sabe, ni voluntad de aprender tiene, pero ahí va metiéndole el pie. Faltando apenas 10 minutos para El Fuerte, llegamos al Crucero de Santa María, conocido paso a nivel, por cuyos rieles circula el tren CHEPE, Chihuahua-Los Mochis. y donde a ambos lados de la carretera, con el paso del tiempo y aprovechando el "empuje" del pueblo mágico, surgió y se fue desarrollando un negocio, que bien podría llamarse "el mercadito del pan del Crucero Santa María", donde según los entendidos en la materia, se puede saborear el mejor "pan de mujer". Ahí se detienen camiones y carros, descendiendo los viajeros, convecinos, paisanos y extranjeros, que con curiosidad y asombro, observan el lugar y los rudimentarios hornos, para después posar su mirada de gozo y deseo en el pan de mujer, las empanadas de calabaza, de piña, piloncillo y los coricos de maíz. En el aire flota un dulce y penetrante aroma, que se aspira con fruición y va extendiéndose por todo el crucero de Santa María. Aromas a los que no se resisten ni las abejas que pacíficas y curiosas acuden, olisqueando, mezcladas con los presentes.

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