QUINTA MONASTERIO
Seguimos por la Ruta del Vino, en el siempre placentero y agradable Valle de Guadalupe.
Conforme nos adentramos entre fincas y campos, por vías y caminos secundarios, la tranquilidad va en aumento, con un paisaje que se repinta con tonos más cálidos y suaves. Caminos que aprovechan a viñedos y olivares, caminos de uvas y olivas, de vinos y aceites. Caminos para servir a la vista y los sentidos.
En el Ejido el Porvenir, un bien aprovechado y explícito conjunto de señales informativas, anuncia al transeúnte, que muy cerca se encuentra la Bodega Quinta Monasterio con una amplia oferta de servicios adicionales.
Para disfrutar de tan sugerente propuesta, hay que seguir unos doscientos metros, por un camino que bordeado de olivos y recta, se enfila directo hasta el sitio.
Aunque los viñedos y tierras contiguas forman parte de Quinta Monasterio, no es sino hasta el preciso momento en que se atraviesa el arco de entrada -nos recuerda aquellas misiones, germen de lo que hoy se divisa- cuando se siente que estamos en el lugar adecuado, donde debemos. Se abre ante nosotros, un espacio sobrio, acogedor, sombreado de árboles con mucho acierto plantados. Entre alcorques, muretes de piedra y jardines aterrazados, se alzan pequeñas y rústicas construcciones perfectamente integradas, teniendo a la montaña como perfecto telón de fondo.
En un pequeño almacén, varios operarios llenan cajas con botellas de vino, en un sosiego inalterado, como si el entorno atenuara cualquier sonido, salvo los de la misma naturaleza. Nos encaminan hacia la construcción principal, un edificio bajo de típico techo a dos aguas, la fachada revestida de ladrillo y piedra, siendo estos elementos junto con la madera, los que dominan la estética de las instalaciones, algo lógico y normal.
Saludan cordiales y afectuosos, como si las copas vacías que se
encuentran sobre la mesa, ya las hubiésemos compartido. Tras las
presentaciones y las siempre preguntas socorridas, respecto a la
procedencia de cada uno, la cosa se anima, dando paso a una entretenida
conversación sobre la bodega, los vinos y el anfitrión. En esas estábamos, cuando se abre la puerta y entra un joven
sonriente, de hablar apresurado, que nos da la bienvenida y sus
disculpas por no recibirnos a la llegada. Este es el dueño, bodeguero, e
impulsor de la criatura, el mismo Reinaldo en cuerpo y alma. Tal como llegó, sin parar quieto un segundo y como si no quisiera
querer perder alguno más, nos hace la pregunta clave ¿qué os gustaría
beber? Con su misma rapidez, le devolvemos pregunta por respuesta, que
además va con trampa ¿no tendrás tempranillo?. Nos mira, no puede
evitarlo, se le escapa una carcajada, tan espontánea como expresiva. No
duda en contestar ¿vosotros queréis probarme no? ¡Tengo y del bueno, os
va a gustar ! Busca la botella adecuada, nos la muestra, entre explicaciones sobre su
tempranillo; habla, habla y habla, ameno y preciso, logra nuestra
atención; cuenta sus experiencias en anteriores bodegas y países, hasta
de sus ascendientes, que los tiene de casta y en tierra de grandes
vinos. Interrumpe su conversación. Es reclamado por los demás
visitantes, lo reclaman a coro. Atiende,
escucha sus preguntas, asiente, da respuestas y entre sugerencias, toma
buena nota de las peticiones, que son de más vino, por supuesto.
En no más de 20 segundos - sobran alguno-, con movimientos apresurados y desde luego sin dejar de hablar, dispone las copas, sirve el vino y las correspondientes charolas. Se queda pensativo, de nuevo pide disculpas -debe ir un momento a la bodega, pues alguien faltó hoy al trabajo- con la recomendación de que nos dediquemos a saborear y disfrutar del tempranillo, para escuchar nuestra opinión, a su vuelta. "¡Ahí te encargo!".
Se va o más bien sale escapado, entre las risas de los gringos, que lo califican de torbellino. Hacen sus comentarios, están encantados con los vinos -muy buenos, afirman- pero mucho más con el "figura" Reinaldo, por su disposición y atención. Llevan varios días conociendo la ruta del vino y diferentes vinícolas, pero aquí han permanecido más tiempo, sintiéndose como en casa propia. Por lo visto, oido, lo que vamos probando y la atención recibida, se comprende el porqué. La cita siguiente resume a la perfección el momento. Seguro que les suena, pues marcó época.
"Presiento que este es el comienzo de una hermosa amistad"
-Ric. Película Casablanca-
Reinaldo cumple con lo prometido, está de vuelta rápidamente, pero nosotros hemos cumplido más, pues acabamos la copa de tempranillo. Abre las manos, levanta la barbilla y nos mira. Ya sabemos lo que espera de nosotros. "Excelente, Reinaldo", la respuesta está dada. Había que decirlo y se dijo, el tempranillo es perfecto, por su aroma, notas en boca y más. Es el momento de entrar en materia. Reinaldo con el primer saludo y al pedirle tempranillo, supo que alguna prueba y cata traíamos desde un semillero de tempranillos, buenos donde los haya, de España por supuesto.
El muy pícaro, "nos adelantó en curva", porque Reinaldo lleva sangre de bodegueros, sangre más tinta que la garnacha, con origen en la antigua provincia de Logroño -Castilla La Vieja-, hoy por ciertos azares, Comunidad Autónoma de La Rioja. De La Rioja y de Haro, exactamente, ahí es donde se baqueteó, donde conoció el terruño y las uvas, los alcoholes, taninos y la "madre", también el roble, la barrica y las vinachas, las crianzas y reservas. Se ha manchado -benditas manchas- manos y pies con tierras y mostos de un lado y del otro, como ha corrido y recorrido unas cuantas bodegas.