CASA BOTÍN
En el Barrio de Embajadores, número 17 de la Calle de Cuchilleros, el visitante puede encontrar un restaurante único, una fonda que ha sobrevivido a incendios, guerras y calamidades, donde Goya fregó más de un plato, que ha dado de comer desde a artistas, políticos y grandes escritores hasta a los protagonistas de sus obras. El nombre de la calle no tiene por qué preocupar al caminante -al menos no ahora-, pues se debe a que el antiguo gremio de cuchilleros y espaderos se estableció en esta calle, para aprovechar los pingües beneficios que les aseguraba la proximidad a la Casa de Carniceros, donde tan precisados eran de cuchillos, cuchillas y amolados.
El mismo Pérez Galdós, en su novela Fortunata y Jacinta ya ponía en boca de Estupiña :
«Anoche cenó en la pastelería del sobrino de Botín, en la calle de Cuchilleros... ¿sabe la señora? También estaba el Sr. de Villalonga y otro que no conozco, un tipo así... ¿cómo diré? de estos de sombrero redondo y capa con esclavina ribeteada. Lo mismo puede pasar por un randa que por un señorito disfrazado».
Casa Botín o sobrino de Botín, es el primogénito de Madrid y del mundo entero. Un restaurante que fundado en 1.725 ostenta el récord de ser el restaurante más antiguo del mundo, honor que avala nada más y nada menos, que el Libro Guinness de los Récords. No es cualquier cosa.
Y que además hasta hace nada, podía presumir que desde aquella fecha nunca cerró sus puertas, hasta que se dejó caer la pandemia del Covid-19, cuando inevitablemente tuvo que echar el cierre durante poco más de 4 meses. Pese a ello, su corazón nunca se apagó, la llama siguió viva, alimentada día tras día para evitar que tan vetusto crisol perdiera la temperatura, cosa que podría resultar muy perjudicial para la estabilidad y conservación del horno.
El caso es que -y que Botín sepa perdonar la inicial equivocación-, tras caminar por cierta parte de la Cava Baja, con rumbo e idea de comer en "cierto" restaurante que presume la suerte de un plato- la fortuna quiso que por no haber espacio, unido a las pocas maneras de un mesero, -desde luego no las que cabría esperar-, buscamos otra alternativa.
Como no hay mal que por bien no venga, este imprevisto resultó provechoso llegando hasta Casa Botín, donde entre unos que van, otros que llegan y atendiendo con la mejor disposición, proporcionaron lugar, mesa y mantel.
Una vez tomado asiento, no hay mejor que comenzar saboreando un delicioso y aromático vermú, que además de depurar, prepara la boca para los platos elegidos. .
Y para abrir boca unas croquetas de jamón, morcilla de Burgos y por supuesto, los untuosos y soberbios callos a la madrileña.
Continuando con paletilla de cordero lechal, hecha al estilo castellano, con su carne horneada al punto exacto, tierno, sabroso.
No pueden faltar unos exquisitos huevos revueltos, con salmón ahumado.
Para terminar, Tarta de Chocolate con salsa de frutos del bosque
En las entrañas del restaurante se encuentra la bodega subterránea de Botín, que alberga cientos de botellas cubiertas por el polvo de la historia.
En las fotografías pueden verse la escalera que desciende hasta el subsuelo de la bodega, las galerías de ladrillo cocido y bóvedas, que al parecer son anteriores al restaurante, así que saquen lápiz y papel para echarle cuentas. Una maravilla dentro de otra maravilla.