Canfranc

03.11.2022

   En el valle de Aragón, encajonado entre espectaculares montañas, se encuentra Canfranc, población cuyos orígenes se remontan al siglo XI, reinando Ramiro I, a la sazón primer rey de Aragón. Su particular ubicación hizo que siempre fuera lugar de paso obligado de gentes, romanos, ejércitos invasores, viajeros, comerciantes y cómo no, los peregrinos del Camino de Santiago, que atravesaban el "Summus Portus" romano, tarea que si ya de por sí no era fácil, se añadía el clima duro, áspero, propio de la zona.

   Llama la atención que dos núcleos de población, separados uno del otro por no más de 4 kilómetros, conformen el municipio de Canfranc, una situación que se debe a las circunstancias y vicisitudes por las que atravesó la población en su penúltima época.

   Circulando por la N-330, se llega a Canfranc Pueblo, aquel primer puerto franco, donde se cobraba el impuesto a los productos provenientes de Francia, lo que hoy equivaldría al impuesto de importación. También era donde los peregrinos se alimentaban y reponían fuerzas. De hecho, el camino todavía discurre por la que fue importante vía, la calle principal, la calle Albareda. 

   El desvío conduce hasta el antiguo camino, hoy Calle Albareda, por la que durante siglos, han transitado los peregrinos que seguían y siguen, el camino de Santiago, en la que hoy, las gallinas y ocas caminan despreocupadamente, símbolo de la tranquilidad que generalmente envuelve a Canfranc Pueblo.

  

Por la Albareda, se llega a la Plaza de la Iglesia, donde conforme a su nombre, se levanta la Iglesia de la Asunción, una construcción del siglo XII, de estilo románico, donada en 1212 por el Rey Pedro II de Aragón, al Monasterio de Santa Cristina de Somport.

    En la plaza aparece un viejo vagón de Renfe, que tras ser restaurado fue cedido para uso de la asociación de vecinos y  ahí permanece, en un entorno tan propio. También las antiguas escuelas nacionales, donde hoy se encuentra el "Bar Tienda El Mentidero", un acogedor y sorprendente lugar, donde propios y extraños se reúnen para comer, refrescar, departir y pasar un buen rato, en un ambiente muy amigable y campechano, propiciado por la clientela y aún más por los responsables, siempre tan atentos, además de dispuestos para la alegría y la fiesta.

En Canfranc, la naturaleza se impone ante los sentidos, magnífica y exuberante.

Cuando cae la noche, si cabe aumenta la belleza del lugar y la sensación de paz. Dan ganas de quedarse para siempre.

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