Solamente con su nombre podemos hacernos idea acerca de dónde nos encontramos, su historia y avatares. Porque Bolaños y Calatrava van juntos, indisolublemente unidos desde 1229, año en el que Doña Berenguela de Castilla dona el castillo -recibido de su padre Alfonso VIII- a la Orden de Calatrava, que desde ese momento tendrá la posesión y administración de tierras y personas, a más de la alta misión de defenderla de la invasión musulmana. En estas heredades, dice la leyenda que nació el Rey Fernando III, el Santo.
San Fernando dedicó su reinado a la consolidación de las tierras liberadas, a la unión de Castilla y León, además de ampliar la Reconquista cristiana, destacando la progresiva liberación del Al-Andalus. Pero bueno, extenderse sobre San Fernando será tarea para otra artículo, ya que este rey hoy algo olvidado, es merecedor de más.
Hay que ser sinceros y reconocer que costó encontrar el lugar, quizás por esa idea preconcebida de que un castillo siempre se asienta sobre una montaña, colina o altozano, craso error, porque este de Doña Berenguela, es un típico castillo de llanura. Tras dar dos vueltas alrededor de la misma manzana, con solo preguntar se deshizo el equívoco, así que tras una leve subida y desembocando en una plaza, apareció la fortaleza.
Una vez dentro, lo primero que se ve es el amplio patio, que fue de armas, donde hay una alberca y un aljibe de época musulmana. Cualquier otra edificación que hubiera ha desaparecido, obra del tiempo y del abandono progresivo en el que cayó el castillo, sobre todo desde la desamortización de Madov. La torre del homenaje dividida en tres plantas y terraza, alberga un improvisado salón del trono. Desde la terraza, a sus pies se divisa toda la población, además de una extensa panorámica.
La Ermita del Santo Cristo de la Columna, también conocida como de San Cosme y San Damián. Se remonta a finales del siglo XIII. En el altar mayor el retablo barroco de 1639, con la escultura de Cristo atado a la columna. Las paredes conservan partes de las pinturas góticas del siglo XVI.
Al final se llega al Parque Municipal, un regalo para los ojos y un sombreado que se agradece, en un día en que la temperatura lo amerita. Y casualidad de las casualidades, sin que estuviera previsto, aparece otro buen lugar para refrescar.